Al igual que en el mundo privado empresarial, el sector público prioriza las urgencias en la agenda política dejando al fondo del cajón importantes temas para el desarrollo social sustentable en el largo plazo.
Existe consenso en la teoría económica que es el estado el que debe intervenir ante fallas del mercado. La propia teoría clásica manifiesta que es el estado el que debe tomar las riendas ante problemas que de por si no serán resueltos de forma óptima. De forma simplificada estos puntuales problemas son:
Monopolio Natural: es ilógico pensar en cableados eléctricos de varias compañías en una ciudad, o de varias vías férreas una al lado de otras. Cuando es apropiado que exista una sola empresa la teoría nos dice que o bien lo provee el estado o bien lo licita y lo controla.
Externalidades: esto ocurre cuando una actividad influye de forma positiva o negativamente a otra. Pensemos por ejemplo el beneficio que obtienen los productores de frutas gracias a la polinización de los enjambres de abejas del apicultor. En estos casos es recomendable que el estado fomente aquellas actividades que generan externalidades positivas subsidiándolas y que desincentive a las que contaminan.
Bienes Públicos: los bienes públicos son aquellos bienes que son de todos, es decir que no son de nadie, y sin la intervención adecuada del estado existe una tendencia a su utilización y/o sobreexplotación sin tener en cuenta el deterioro o el tiempo natural de recuperación de estos recursos.
Bienes públicos: conductas egoístas o irracionales
Desde la antigüedad el hombre ha moldeado la naturaleza a su conveniencia, utilizando los recursos disponibles para su provecho incluso en muchas ocasiones sin considerar los daños colaterales.
Esta conducta individual desapegada al cuidado del bien común se observa notoriamente en nuestra sociedad, con solo acercarnos a las orillas de nuestro tan preciado Ctalamochita podremos tristemente ver desechos, escombros y miles y miles de envases plásticos enganchados en ramas o flotando en la corriente. Similar paisaje podremos apreciar en cada punto turístico o con afluente de gente.
Ahora bien, ¿Porque se da esta conducta? ¿Cuáles son los incentivos que lleva a que un ciudadano que con seguridad cuida y limpia “su casa” no hace lo propio después de disfrutar de una tarde de mates a las orillas del río?
Interés común vs Interés individual
La respuesta una vez más también la ofrece la teoría económica: los bienes públicos tienen la particularidad de que cuando una persona lo consume no imposibilita a que la puedan consumir las demás, es decir, es imposible excluir a los demás de su consumo.
En muchos casos, para poder proveer bienes de esta naturaleza que la sociedad necesita es el estado el único que puede con su poder de coerción obligar a los ciudadanos a abonar tasas para poder solventar los costos. Son ejemplos de estos el alumbrado público, la recolección de basura, etc. etc.
Como es obvio, es fácilmente entendible el interés de cualquier persona de usar estos servicios sin pagarlos, ya que como es lógico, la luz de la esquina igual alumbrará mi casa aunque yo no ejecute el abono correspondiente.
Sin embargo que exista la intención de “servirse gratis” por parte del usuario, no explica el porqué de la falta de cuidado del espacio público y del medio ambiente en general.
La explicación en estos casos sería que los individuos evitarán el costo de “limpiar” su “mugre”, ya que a diferencia de dejar la basura en el lugar del pic nic (que es un costo que toda la sociedad en su conjunto debe absorber correspondiéndole a cada individuo un costo infinitésimo), el tener que cargar con los desechos después de pasar la tarde a orillas del río es un costo que cada uno debe asumir en su totalidad. En suma, la actitud individualista prima sobre la social.
Claro que cuando analizamos grupalmente las conductas individualistas de cada actor social vemos que los costos empiezan a crecer exponencialmente llevando a la sociedad en su conjunto y a cada individuo en particular en una situación no óptima y muy por debajo del ideal. El río termina lleno de mugre y desechos.
En conclusión, la actitud individualista de cada “jugador”, hace que todos y cada uno de los individuos se encuentren en peor situación.
Igual conclusión podemos sacar en muchas situaciones semejantes como el tráfico en la ciudad donde cada conductor maneja su vehículo primando sus intereses y dejando de lado las pautas sociales; finalmente cada individuo llega a su destino de forma más lenta y con mayor índices de accidentes que de haber existido orden y respeto por las normas cívicas.
¿Es entonces esta conducta social algo cultural?
Es obvio que heredar “una cultura” condiciona, sin embargo es notable como individuos se adaptan rápidamente a las normas cuando se encuentran en otros ambientes, por ejemplo en otros países.
Cualquier individuo según las reglas, modificará su conducta de acuerdo al comportamiento del resto. En Argentina paso el semáforo en rojo pero si voy a Alemania freno y respeto la norma con prudencia.
El ambiente condiciona. Como en la naturaleza, ¡¡¡hay que adaptarse!!!
Lo cierto es que el hombre es un animal de costumbre, y respeta normas y dogmas preestablecidos. Las nuevas leyes y normas cívicas tardan en ser incorporadas al hábito de los individuos, y solo planes de educación masivos traen sus frutos a generaciones futuras.
Es así como otras sociedades han conseguido importantes progresos en estos problemas. Por ejemplo España en los últimos 30-40 años con un parque automotor exponencialmente más grande tiene cada vez menos accidentes.
¿Y entonces? ¿Qué hacer?
El término desarrollo sostenible, perdurable o sustentable se aplica al desarrollo socio-económico y fue formalizado por primera vez en el documento conocido como Informe Brundtland (1987). “Satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las del futuro para atender sus propias necesidades”.
Hoy más que nunca podemos observar fácilmente los mensajes de saturación que nos envía nuestra tierra, los signos y mensajes que nos da son más que evidentes, mientras que no se le permita a la tierra cumplir el ciclo natural de auto reciclado, es claro que el triste camino no es otro que la paulatina destrucción de los mismos recursos que tanto necesitamos. A largo plazo es insostenible.
El planteo de estos problemas nos dejan una clara conclusión: los conflictos ambientales constituyen una asignatura pendiente de nuestra sociedad, apareciendo como un problema que requiere solución en la mayoría de las urbanizaciones.
Nuestra ciudad por supuesto no escapa de esta lógica, todos los vecinos queremos que las plazas y la costanera estén hermosas y limpias, pero al mismo tiempo seguimos escondiendo la mugre bajo la alfombra: a solo pocos kilómetros hermosas playas esconden toneladas de escombros y basura, incluso y a pesar de que nuestra carta orgánica (art. 28) expresa máxima prioridad en “el cuidado y embellecimiento del Río Ctalamochita, prohibiendo e impidiendo: la contaminación de sus aguas,…”.
Lo que nuestra sociedad requiere son políticos comprometidos con las problemáticas que nos aquejan, abocados en crear instrumentos idóneos que generen una favorable evolución social; y ciudadanos con mayor grado de responsabilidad, dedicados a concretar un cambio de actitud.
Será pues de urgencia necesidad replantear el rol del estado en todos sus ámbitos (nacional, provincial y municipal) en cuanto a su compromiso con el desarrollo sostenible, y principalmente el estado municipal que es unidad autónoma e independiente como ente controlador y como responsable en la ardua tarea de reciclar todos los desechos que su desarrollo acarree.
En suma, sería bueno que se construyera nuestra sociedad con políticas a largo plazo, dejando de pensar que siempre vivimos rezagados dándole mayor prioridad a lo urgente que a lo importante.