El modelo actual implantado no ha generado la inercia necesaria para funcionar de forma adecuada y sustentable, el círculo no cierra, el combustible ahora es la deuda, al menos mientras persistan los déficits gemelos que hoy muestra nuestro país (déficit fiscal y déficit balanza comercial).
En estos dos años de cambio el Gobierno ha usado su carta más importante: el crédito internacional. La toma de deuda ha sido crucial para los planes de cambios que lidera el Ejecutivo, una herramienta peligrosa que ya nos pone entre “los países emergentes más frágiles” del planeta según la prestigiosa calificadora de riesgo internacional Standard & Poors.
Es obvio, endeudarse no puede ser una herramienta perpetua a largo plazo, nadie puede endeudarse por siempre.
Se acaba la mecha
Es cierto que el oficialismo ratificó en las urnas el pasado mes, pero también es cierto que es la peor campaña de medio término de un oficialismo desde 1983 hasta la fecha.
El enamoramiento inicial se va apagando de a poco, Macri no tiene problemas para incumplir las múltiples promesas de campaña, pero si se muestra más que preocupado para dejar contentos a los organismos de crédito internacional.
La semana pasada en New York, Katia Bouazza, jefa del HSBC para América Latina fue más que elocuente: “Para creerle a la Argentina, el Gobierno debe demostrar que los cambios tienen el apoyo de la oposición y de la mayoría del pueblo; si no, seguiremos observando, sin llegar a hacer inversiones en la economía real”.
Las últimas propuestas anunciadas van en ese sentido, la idea es seguir dándole un claro mensaje al sector empresario y “quedar bien” con los muchachos del fondo monetario que venían a saludar.
Sin embargo faltó tacto, los resultados alentadores de la última elección les inyectó ímpetu y el Gobierno dio muestra de un nueva torpeza política: la falta de análisis y planificación previa en torno a las reformas tributaria y laboral quedó en evidencia, por un lado la CGT light ha mostrado sin disimulo su oposición a los cambios en el ámbito laboral, mientras que por otro ya el Ejecutivo ha tenido que dar marcha atrás con los impuestos a las bebidas alcohólicas, dejando por ahora el impuesto a las azucaradas, seguimos aprendiendo sobre la marcha.
Al recular el Gobierno desnudó su debilidad, y ahora nada menos que Coca Cola “amenazó” así nomás en frenar una inversión ya anunciada de 1.000 millones de dólares.
Está claro que las reformas propuestas son cruciales para los planes del Ejecutivo, son parte de los enormes condicionamientos que los organismos internacionales han impuesto para financiarnos y que ahora debemos cumplir, la triste historia que parece volvernos a poner otra vez de rodillas ante los acreedores externos.